Estoy muerto.

Lo estoy. Y Rulfo escribió de aquellos igual de muertos que yo.
Caminamos, respiramos, comemos, nos puteamos, hablamos (no nos escuchamos), gritamos.
¿Pero quién puede asegurar que vivimos?
Ni siquiera son las 4 de la tarde. Es viernes y la lluvia colorea el cielo de 6 de la tarde. Aquí, en el bús, es un mal sitio para tratar de escribir lo que uno piensa sobre vivir o sus derivaciones.
Por la mañana, al salir de la casa se pasa por una calle atestada de gente, cercada por las clásicas franjas amarillas.Dícen que era estudiante de bachillerato. Dícen que era vecina mía. Dícen que era buena estudiante.
Y ahora solo es un cuerpo siendo reconocido por medicina legal, sin las marcas adelantadas por un tatuaje para que te den $3000, haciendo más alarde húmor que de arte.

Y paso el resto de la tarde en la calle. Regreso a las 6:30 pm. Comienza a llover de nuevo.
Y paso sobre la sangre que quedó de la muchacha del microbús de la 26.
Y sí, yo también estoy muerto.