sábado, 17 de mayo de 2014

Los hijueputas

Un hijueputa de traje lleva en un portafolio la vida de cien hijueputas.
El hijueputa triste llora lágrimas de hijueputa repetitivo.
La hija de puta se funde en un abrazo con el mismo hijueputa que le pegó hace un par de horas.
Hijos de puta encubiertos colgando fotos en las paredes de hijos de puta que les pagan sus salarios.
El hijueputa extraña, llora, ríe, sufre.
El hijueputa camina con la seguridad de la trascendencia de la hijueputez.
El hijueputa sordo                                                por elección.
El hijueputa por herencia, por adoración constante de la genética y la nostalgia.
El hijueputa miente y pretende, lleva una lista de las personas que odia, porque son más hijueputas que él.
El hijueputa odia al pobre hijueputa que no tiene las cosas que él si, y detesta irremediablemente a los hijueputas que si las tienen.
El hijueputa tiene una esfera de hijueputez, que carga consigo con algo muy parecido al orgullo.
Se regodea el hijueputa de su condición. Se sienta y declara ante el juicio de los otros hijueputas.
El hijueputa sonríe y sabe que las cámaras lo enfocan. Y miente.
Y los hijueputas disfrutan burlándose del hijueputa que declaraba.
El hijueputa está aquí, allí, dentro, fuera, en el centro.
El hijueputa         sin                                        género.
El hijueputa         sin                                        nombre.
El hijueputa sin ascendencia ni descendencia. Un humano, tan hijueputa como el que vino antes y como el que le sobrevendrá.
El hijueputa                                             eterno,
                                                                         infinito,
                                                                                    desalmado y etéreo.
El hijueputa hasta el final del tiempo, en el que el último de los hijueputas abre el portafolio y decide el fin.

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