Yo quisiera morir un poco como la gente normal.
A veces, casi siempre una vez al año, me muero.
Pero me muero de formas aburridas.
Lo que nunca se me quitará, es esa gana de morirme como la gente famosa, la que sale en los periódicos, irónicamente sin importar la manera de morir.
A veces he pensado que esa es la manera perfecta de morir. Es necesario vestirse de persona gris durante un tiempo para morir estrictamente como se debe.
He visto como la gente suele ser normal toda su vida, morir de la manera que sea, y ser sufrida como si nunca debiera haber muerto.
Eso quiero.
Quiero que repentinamente un día venga a eso de las 5 de la tarde, cruce donde siempre y el semáforo me deje con escasos segundos de ventaja frente a un Seat rojo sin control que me deje tirado y sin poder pensar nada en esos eternos segundos previos a la perdida total de conciencia.
Luego de eso vendría lo paradójica e irónicamente divertido.
En unos minutos el barullo llamaría la atención de los vecinos, las sirenas sonarían y desde luego los tipos que se conducían en el Seat rojo se "darían a la fuga".
En mi billetera negra encontrarían junto a las tarjetas de mis amigos, el recorte del periódico del 27 de junio del 2006 donde dice mi horóscopo y el clásico "Si usted nació hoy, usted es..." que conservo porque me causa gracia. Junto a la foto de mi papá, la de mi hermano, y detrás de esa última, un papel doblado con "Balada de la Nostalgia Inseparable" de Rafael Alberti. Y claro, mis documentos. Mi tarjeta del ISSS, mi cosa esa de la AFP que nunca me ha servido para nada, y mi copia del DUI. No llevo el original.
Le llamarán a mi mamá y correrá desesperada a verme. Tan pronto como llegue, las miradas de los de la ambulancia le delatarán que ya no hay nada que hacer. Romperá en llanto y pronto olvidará las veces que la hice sufrir con mis llegadas tarde. Olvidará con suma facilidad que tengo exacto un año de desempleado formal.
Se obviará mi mal caracter y mi manía de andar ordenando todo el desorden justo y necesario de la casa.
Mi hermana recordará nuestras bromas internas, los apodos cariñosos que sólo nosotros sabemos, y abrazará el koala de felpa que le regalé hace años.
Mis amigos pensarán raramente que morí de una manera muy tonta. Dirán que no se esperaban que por cruzar una calle me fuera a morir. Algunos hasta bromearán cuando recuerden que siempre hablé de morir joven. La gente que conozco siempre recordará alguna anécdota boba y graciosa sobre mi.
Aquellos amigos que conozco desde hace más de 10 años dirán que nunca fui perfecto, pero que siempre me quisieron, que era mi manera de ser y me aceptaban así, pero recordarán ineludiblemente los buenos momentos que compartimos.
Los amigos que conocí en los últimos 3-4 años dirán que siempre estaba bromeando y riendo.
La gente que me odia dirá con un gesto ambiguo en el rostro que aunque yo era un rotundo pendejo, había cierta cualidad que no les caía mal de mí, y que mal que bien, me recordarán.
Los hay aquellos que al enterarse dirán: "A mi me vale. Ese ni amigo mío era." Y cuando esté en presencia únicamente de su sombra se acordará de una vez que tomamos jugo, de una vez que reímos como locos mientras les hacía las onomatopeyas que disfrutaban.
De pronto todo pasará al olvido.
Moriré y mi caracter odioso, mi manía de corregir en los demás lo que no hago en mi persona, pasará a segundo plano.
De repente aun aquellos que odiaban lo que yo hacía, por los motivos que fueran, dirán que después de todo no era tan malo.
Moriré y no habrá problema en dejar a un lado las bromas pesadas que solía gastar. No será necesario pensar en las veces que les grité a mis amigos. Ni siquiera las veces que abusé de su confianza o los critiqué por las razones que hayan sido.
Todos me verán en la tierra fresca ese día y sonreirán pensando lo buena onda que era. Los chistes, las risas, las voces que podía hacer. Se abrazarán y se contarán anécdotas. Y no se necesitará nada más.
Porque siempre que morimos es para eso, para hacer que se nos olvide los defectos. Nadie quiere recordar sus defectos.
De nadie se recuerdan sus defectos.
Siempre recordamos lo mejor de todo el que muere. ¿Para qué recordar?
De mi no se preocupe. Usted recuerde que leyó y que alguna vez le dieron ganas de reírse. Igual yo quiero ser el mismo ahora que cuando muera. Y que luego de incinerado, enterrado, quemado con ácido o lo que sea que hagan con mi cuerpo, siempre se piense en mi como el tipo normal que vivió. Quiero que se diga que era un cabrón odioso, que siempre andaba con una mirada pesada, que cuando me reía de la gente lo hacía en su cara, que bromeaba con mis amigos sobre las cosas que les dolían, que muchas veces me negué a hacer un favor solo porque no tenía ganas, que siempre insistí en saber más que muchas personas, aunque solo lo hiciera para mostrar mi falsa seguridad, para obviar que siempre viví asustado del mundo, que siempre pensé que nada de lo que hacía tenía sentido alguno. Nunca fui perfecto, ni busqué serlo.
"Me voy a mi casa, a tener un infarto."
Y ya, disculpe, este tipo de cosas suceden cuando uno se pone a pensar como sería el mundo sin uno, ejercicio en el cual me he enfrascado desde hace unos días, gracias a los noticieros de este surreal país.
1 Manchas en la pared:
Acá, en Argentina, nestor kirchner acaba de morir.
La gente ya empieza a recordar lo buen mozo que era y los que lo odiaban le han rendido homenajes.
Publicar un comentario