Ensayo # 34
Repentinamente ese jueves el se despertó sobresaltado, y se dio cuenta de que no sabía quien era, ni
que estaba haciendo ahí, en una inmensa sala negra llena de armas. No podía recordar su nombre
ni que había estado haciendo nunca. No podía recordar nada.
La sala era enorme, con líneas de ensamblaje que no conocían un final, y cintas transportadoras, y con el aterrador sonido de las partes que estaban siendo ensambladas.
Tomó una de las finas navajas acabadas de una caja donde estaban siendo, automáticamente, empaquetadas. Evidentemente había estado operando en la máquina, haciendo que una pulidora las dejara nitidas y listas para la venta, pero ahora estaba parada.
Recogía la navaja como algo muy natural. Caminó lentamente hacia el otro lado de la fabrica, a lo largo de las rampas de vigilancia. Allí había otro empaquetando balas.
“¿Quién Soy?” - le dijo pausadamente, indeciso, y sudando a mares.
El otro continuó trabajando. No levantó la mirada, daba la sensación de que no le había escuchado.
“¿Quién soy? ¿Quién soy?” - gritó, y aunque toda la fábrica retumbó con el eco de sus salvajes gritos, nada cambió. Los demas continuaron trabajando, sin levantar la vista.
Agito la navaja, la lanzo y tomó un plateado, a decir verdad cromado revolver, que puso junto a la cabeza del que empaquetaba balas. Le golpeó, y el empaquetador cayó, y con su cara, golpeó la caja de balas que cayeron sobre el suelo.Se esparcieron como agua por el piso.
Recogió una. Era el calibre correcto. Cargó varias más. Escucho el sonido de fuertes pisadas tras él, se volvió y vio a un uniformado de negro caminando sobre una rampa de vigilancia. ” ¿Quién soy?” - le gritó. Realmente no esperaba obtener respuesta.
Pero el hombre miró hacia abajo, y comenzó a correr.
Apuntó el revólver hacia arriba y disparó dos veces. El hombre se detuvo, y cayó de rodillas dando un sonoro golpe, pero antes de caer, pulsó un botón empotrado en la pared.
Una sirena comenzó a aullar, ruidosa y claramente.
“¡Asesino! ¡asesino! ¡asesino!” - bramaron los altavoces.
Los trabajadores no levantaron la vista. Continuaron trabajando.
Corrió, para intentar alejarse de esa pesadilla, de ese altavoz. Vio una puerta, y corrió hacia ella.
La abrió, y cuatro hombres uniformados igualmente de negrto aparecieron. Le dispararon con extrañas armas. Los rayos pasaron a su lado.Disparó tres veces más, y uno de los hombres uniformados cayó, su arma resonó al caer al suelo.
Corrió en otra dirección, pero más uniformados llegaban desde la otra puerta. Miró furiosamente alrededor. ¡Estaban llegando de todos lados! ¡Tenía que escapar! Trepó, más y más alto, hacia la parte superior. Pero había más de ellos allí. Lo tenían atrapado. Disparó hasta vaciar el cargador del revolver.
Se acercaron hacia él, algunos desde arriba, otros desde abajo. ” ¡Por favor! ¡No disparen! ¡No se dan cuenta que solo quiero saber quien soy!” Dispararon, y los rayos de energía le abatieron. Todo se volvió oscuro…
Les observaron como cerraban la puerta tras él, y entonces el ruido se alejó. “Es increíble como estos simios toman conciencia cada vez más rápido,” dijo el vigilante.
“No lo entiendo,” dijo el segundo, rascándose la cabeza. “Mira ese. ¿Qué era lo que decía este último, el #34? Solo quiero saber quién soy. Eso era. Parecía casi humano. Estoy comenzando a pensar que están modificando demasiado bien los genes de esos malditos simios .”
Observaron al equipo de readaptación de animales para trabajos industriales desaparecer por la esquina llevando en una pequeña jaula al joven simio, con su rastro de futuro esparciendose en el camino.
Será mejor que no les diga que estaba sintiendo lo mismo mientras empacaba estas brillantes navajas...
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