He pasado toda mi vida en los mismos lugares.
Conozco estas calles porque las he caminado durante toda mi vida.
Conozco a toda la gente de estos vecindarios y estoy acostumbrado a
ellos aunque no les hable, porque siempre fui así, callado, melancólico
por dentro, aunque siempre con el saludo y la sonrisa a la mano.
En días como estos,camino sin rumbo pero con la absoluta confianza
de terminar en el viejo parque de la Colonia Libertad, con el parqueo
rodeado por unos ocho o diez pinos inmensos, justo frente al edificio en
el que viví durante 25 años.
No lo demostraré a nadie porque como es costumbre, estoy solo,
pero los recuerdos son una fuente inagotable de sentimientos que no puedo
hacer más que intentar controlar.
Recuerdo.
Recuerdo ese perico que escapó de casa cuando se asustó mientras
lo dejamos viendo la televisión.
Recuerdo esa niña que vivía en el edificio G, con la que aprendí que
putearme y hacerme señas obscenas también podía significar a los diez
años, que sentía algo por alguien.
Recordé las charlas con los amigos en ese parque. Por horas.
Recordé la última vez que vi a mi padre. Era abril de 1995.
Se lo llevaron al hospital a media noche,
una vez más. No imaginé que esa vez no volvería.
Recordé cuando me deprimía y me encaminaba al quinto piso,
donde estaban los cuartos bodega,y subía al techo hasta que atardecía
y sentía que algo más debía suceder.
Recordar el terremoto del 2001 y subir todas esas gradas para
encontrarme con mi familia.
Recordar la pizarra enorme de la sala en la que obligué a mis amigos a
escribir algo. Ellos no sabían que lo que yo quería era recordarlos siempre.
Recordar a mi pequeña perra que llegó a casa en el 2000 y me acompañó
hasta el 2011.
Recordar las navidades, los gatos de la vecina, el vecino drogadicto
que ensayaba su karate en la calle, o el que se lanzó de un cuarto piso
sin lastimarse, o el robo de carro que presencié, o dormir en el pasillo
en noviembre de 1989, o ver una película a las 2 de la mañana del
31 de agosto de 1997 mientras interrumpían la programación de canal 2
para notificar la muerte de la princesa de Inglaterra.
Recordar a mi abuelo en su enorme silla mientras me contaba sus historias,
antes de morir en 1993, y que yo supiera la falta que me haría.
Recordar a la vecina que me dio mi primer beso y otras cosas más, cuando
yo tenía 12 años y ella me llevaba 10.
Recordar los regalos de mi papá, incomprensiblemente maravillosos.
Recordar el bachillerato a un par de cuadras de casa, los asaltos,
los accidentes, las heridas, recordarlo todo.
Para eso sirve la nostalgia.
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