miércoles, 26 de junio de 2013

Pesimismo digital

De vez en cuando la dosis de realidad es demasiada. Como cuando uno lee las crónicas periodísticas ávidas de reconocimiento crítico por su afilada pluma y su profundo conocimiento social, en las que se cuenta con lujo de detalles como los mareros confiesan haber descuartizado a una mujer, o en la que se arma un relato sobre como violaron a una niña de 6 años y después la mataron entre un cafetal cuando regresaba de sus clases, o los reportajes en los que se menciona como una pobre escuela de un cantón alejado de los ruidos de la gran industria salvadoreña, sobrevive gracias al pobre apoyo de los pobres padres de familia. 
Se leen por montones. Semana a semana indignándonos.
Y no, no me molesta leer esos reportajes, ni que los medios tanto impresos como digitales nos muestren la dura realidad a la que se enfrentan cientos de miles de compatriotas. Tampoco me molesta que lo describan a detalle, porque somos adultos los que estamos leyendo todo eso.Lo único que me parece un tanto incongruente es que vivimos en un país en el que hace ya años que no basta con la denuncia. Igual que con la represión. Ni la una ni la otra solucionarán nada.
¿De qué sirve que usted publique que se le parte el corazón porque los niños del cantón más alejado de su ciudad no puede ir a estudiar porque debe cortar café, si es todo lo que hará?
¿De qué sirve que en la noticia de tantos jóvenes asesinados atribuidos a problemas de mara, se ponga a criticar que el gobierno haga dicha atribución, si será una crítica más vacía por que no genera nada?
No me meto con la libertad de nadie de pensar y escribir lo que quiera. Lo que pasa es que me lleno de pesimismo.
Me llena de pesimismo pensar que estoy en la generación de compartir el artículo y hacer que tu pequeño círculo de amigos lo lea y se indigne con vos, y no en el de salir un domingo al pueblito alejado en el que los niños no pueden estudiar, y llevarles cuadernos que reunás con tus amigos. No somos así.
Y ya no basta denunciar. Insisto. No basta. Pero a nadie le importa. Tenemos nuestro propio elefante en el cuarto y seguimos ignorándolo. Y este texto sin gracia no es mejor que los artículos y reportajes que tienen sangre en cada línea, porque igual que ellos no estoy proponiendo soluciones. Y cualquier periodista me puede decir que ellos no son los que deben proponer soluciones, porque se limitan a informar, pero entonces, ¿quién? los políticos, podrán decir, pero todos somos seres políticos. 
Criticar, denunciar, gritar, putear. Ninguna propuesta. Y cuando hay propuestas son desde el hígado. "Quememos a los mareros en el penal", "Aprobemos la pena de muerte", "Córtenles las manos a todos". 
Pero nada importa, ganó la "azulita", hay DT del Real Madrid, nuevo avance de Tal Para Cual, y nueva forma de ordenar Pizza Hut. 
Me odio. Nos odio.

viernes, 21 de junio de 2013

Pequeña Memoria

Hace unos días tuvimos el primer asueto por el Día del Padre desde que tengo memoria. Pero no me fio de mi memoria. Mi memoria tiene tantos agujeros como mi orgullo.
Mientras ese día se llenaba de demostraciones de afecto, la mayoría virtuales o comerciales, yo pasé el día pensando en todo lo que soy y podría ser si estuviera mi papá. No sé, quizás es la megalomanía dormida que me dicta que todo elucubramiento debe ir alrededor mío. 
Me duele mucho ponerme a pensar en cosas que no tienen solución. Cosas como la muerte de mi papá, la opinión que mucha gente tenía de él, la naturaleza humana, la sociedad podrida, los sistemas económicos, la imposibilidad de los sueños, la realidad amarga, la vida como la conocemos, y el futuro. 
Sé que repetir cosas no sirve de nada, pero conozco pocas formas de decir este tipo de cosas, tan efectivas, para mí, como escribirlas. Y pese a ello, no lo haré. 
Ya no quiero.
Ya no quiero escribir.
Ya no quiero hacer nada.
Ya no quiero amarrar palabritas que no sirven para nada, y enmarcarlas como algo valioso.
Y ya no quiero pensar en todo eso que dicen que don Raúl me heredó. Cosas que ahora voy recordando cada vez menos. Aunque siga recordando su voz. ¿Podés seguir recordando la voz de alguien que murió hace 18 años? ¿Podés seguir recordando la loción que se ponía cada mañana antes de ir al trabajo? ¿Podés recordar ahora que tenía razón en más de la mitad de los reclamos que hacía? ¿Podés recordar que fue la primera persona que te dijo que no debías creerle a nadie, ni siquiera a él, aunque alguna vez se contradijera? ¿Podés recordar sus defectos, aunque sintás la necesidad de llamarlo a su número privado de la oficina de Tráfico en los Ferrocarriles de El Salvador, solo para decirle que sentís que todo esto no tiene sentido, y que este presente es el mismo futuro que él temía, tan vacío, tan falso y tan falto de libertad como era hace 30, 40, 50 años? 
¿Podés recordar las 3 o 4 charlas que tuvieron como padre e hijo antes que muriera y te dejara con el vacío concomitante de la autodestrucción constante? 
Yo puedo.
Y le agradezco los defectos que me heredó.
Agradezco ser el mismo tipo de hombre que siempre andaba de buen humor que él fue.
Agradezco también ser el mismo que siempre trata de discutirlo todo, de saberlo todo. 
Agradezco los 3 tomos de Larousse Enciclopédico que me ayudaron a entender muchas cosas.
Agradezco el primer libro que me regaló, a los 6 años, un par de meses antes que muriera mi hermano mayor. Agradezco esa copia de "El Principito". 
Agradezco el segundo libro, que no me regaló, pero dijo que era necesario que leyera alguna vez. Ese libro fotocopiado de Règis Debray.
Agradezco ese grito callado que tenía cuando veía las noticias. Agradezco esas pocas fotos que tenía. Porque quizá por eso tampoco me gustan tanto las fotografías.
Agradezco las pocas cualidades, los enormes defectos y las increíbles, terribles y valiosas consecuencias de su ausencia.
Y no, no quiero seguir escribiendo.

domingo, 16 de junio de 2013

Metáfora 5

Salir de casa y sentir el hedor. El hedor que sube, que crece, que se apodera de la cuadra.
Buscar donde está el hedor, su origen asqueroso. 
Encontrar el cadáver del gato. Seguir mi camino. Encontrar al vecino. El vecino, un par de casas adelante, siente el olor a podrido. Me saluda y me pregunta si vi el partido de Argentina y los 3 goles de Messi.

Hay algo podrido acá. Y a nadie le interesa.

sábado, 8 de junio de 2013

Metáfora 4

"A esos gatos hay que encerrarlos en el canal del agua sucia, y una de dos, o tirarles bocado o echar el muy veneno. No soporto que se estén tomando todos los jardines para vivir ellos y estar ahí echados a diario. Y además apestan. Hay que encerrarlos a todos y matarlos. " Vecino que quiere matar a todos los gatos sin dueño que hay en la colonia donde vivo.

"Si, casi igual que los mareros. Lo único que los gatos no nos hacen nada. Igual démosle bocado." Otro vecino, conversando con el anterior.

Y no sé qué es más peligroso, si el pensamiento de casi elevar a técnica nazi antijudíos la eliminación sistemática de los gatos, o si las personas que lo dicen son personas normales, con las que convivo a diario y que, como dicen en las noticias, no le hacen daño a nadie. 
Lo dicho, la historia de latinoamérica es la historia de su violencia. Y la violencia comienza así.

Profesores ancestrales

En mi vida he tenido muchos, muchísimos maestros. Tuve a la que le caía mal por mini sabiondo en la prepa, la Profesora Diana Guerra. No la juzgo. Le caía mala mucha gente, cualidad que he mantenido con los años.
Luego, tuve una maestra que, debido al auge que tuvo la telenovela "Carrusel", todo el grupo se encariñó de ella y protestamos para que fuera nuestra maestra durante 3 años consecutivos. Y quizás habrían sido 4, si no se le ocurre a mi padre morirse y perdemos la capacidad financiera de pagar ese colegio, y me toca entrar a escuela pública. Una desaparecida Alberto Masferrer, que se ubicaba donde ahora es un rimbombante "Centro Escolar Fernando Llort". Ahí, tuve como profesora a una señora que me tomó la medida de enemigo en el momento que le corregí en una clase sobre el tamaño de Belice y su comparación con El Salvador. 
Acá hay un lapsus de escuelas que me tuvieron por meses y que no vale la pena mencionar.
En 6º grado, tuve de maestro por primera vez a un hombre. Era un tipo que aseguraba que en las marchas de Andes los maestros llevaban un camión repleto de armas, por si se veían en la obligación de defenderse. 
Cuando pasé al entonces mítico "Tercer Ciclo", conocí lo que significaba que te separaran materias por maestro. Tuve un profesor de Literatura, que allá por 1996 nos obligó a coleccionar el suplemento sabatino del diario Co Latino. No iba a saber sino hasta muchos años después, todo lo que le debía. Aún conservo los suplementos. A mí siempre me gustó coleccionar recuerdos.
Tuve en ese 7º grado, de maestros, a uno de música que murió cuando el año escolar finalizaba. Otro, era el de Ciencias Naturales, que todo mundo llamaba el "Hisopo", porque su cabello canoso parecía un casco. Y claro, ahí conocí a uno de los maestros que más me marcaron la vida. El Profesor Pérez Meléndez me daba clases de Ciencias Sociales, y se encargaba de suplir, ocasionalmente, es decir casi nunca, a los maestros que faltaban. Me dio un par de clases de Ciencias Naturales, una de Literatura, y un par de maravillosas clases de Matemáticas.  Con él, aprendí más de lo que había aprendido en los 6 años anteriores. 
En las clases de Sociales, recuerdo como nos hacía ver que eran los sistemas los que debían ponerse al servicio de las sociedades, y no a la inversa. Hoy, podría definirlo como un hombre de izquierda progresista.  Cuando nos dio clases de Ciencias, nos hizo redefinir el conocimiento del universo comprensible a través de los datos, y del increíble camino del escepticismo. Mi maestro era un polímata. 
Recuerdo que fue gracias a él, que conocí por primera vez aquello de que todas las religiones anteriores al Cristianismo, podrían basarse en una idea grabada en nuestro inconsciente colectivo, que tendría que ver con razas inteligentes extraterrestres. Y no se casaba con esa idea. Nos hacía dudar de todo. Hasta del conocimiento que nos impartía.  
Recuerdo que en Matemáticas comenzábamos a ver los casos de Factoreo, y entonces, recuerdo que improvisé un método para llegar a las respuestas en uno de los casos, que jamás me falló.  Él se emocionó y dijo que había que seguirlo tratando. Luego, regresó el profesor de Matemáticas titular, y me dijo que las cosas ya venían dadas. Si no aplicaba el método establecido, la respuesta era incorrecta.
Pasó el Tercer Ciclo, y gané unas medallas más. Medallas inservibles, si me preguntan. 
Así entré al Bachillerato, donde tenía una decena de maestros. Un ex estudiante de seminario sacerdotal, me daba Filosofía. Tenía 2 profesores de Ciencias. Uno de ellos me daba el Laboratorio, y no podía pronunciar correctamente las erres. 
Tuve un maestro de Literatura que jamás me habló de Borges ni Cortázar, pero era un jesuita y había que respetarlo. 
Teníamos al Profe Balta, que nos daba Biblia. Era un profesor legendario. Murió con las botas puestas. Aún daba clases en el colegio, y años después me avisaron que había muerto. Pasé 2 horas en shock. Era bromista, cercano, amigo. 
Tuvimos al Profe Majano que nos daba Matemáticas. No estuvo más de un año. Luego estaba el profe de Sociales, a quien luego encontré años después en la UES y cuando me reconoció, me dijo: Vos fuiste mi mejor alumno.
De Bachillerato recuerdo casi 5 maestros que nos dieron clases de Religión, y a la Profesora Karina que nos saba clases de Inglés, y a quien me divertía haciéndole burla. Quizás era su voz desesperante o su intensa necesidad de domar nuestros espíritus de jovencitos, pero era odiada por muchos. Un odio que no merecía.
Tuvimos otra serie como de 4 maestros de computación, cuando el internet salvadoreño andaba en pañales y una hora de cibercafé costaba 30 colones. 
Jamás olvidaré al Profesor Velis, que nos enseñó, muy a su modo, literatura. Era difícil, titánicamente difícil respetarlo. Pero jamás dudé de su conocimiento. Lo encontré casi 10 años después, intentando entregar su participación en un certamen de juegos florales en la Casa de la Cultura de Santa Tecla. Ojalá hubiese tenido tiempo de decirle que gracias a él comencé a escribir. 
Fui creciendo, y conmigo, mi obligación natural y social de obtener un título universitario. 
Comencé Ciencias Jurídicas en la UES, y tuve 5 maestros que eran respetables, pero no entrañables. Uno de ellos me daba Filosofía y se llamaba Heriberto Montano. Una vez alguien le llevó un poema de Neruda y él no lo reconoció. Dijo que era un mal poema. Los amigos se burlaron. Incluso, en una clase de Seminario que nos dio, le presentamos un proyecto que denegó. Entregamos el mismo la siguiente semana y dijo que, en efecto, habíamos avanzado mucho. Descanse en paz, Lic. Montano, poeta. 
Pasaron los años y me fui llenando de conocimiento y de maestros entrañables unos, y llenos de anécdotas malas los otros. 
En primer año nos daba Sociología un Lic al que llamábamos Chocovito. Llegaba a diario a preguntar a la clase como había quedado su telenovela favorita, aquella con Angélica Aragón. 
Fue ese un año convulso, y tuvimos el cambio al final, del campus central de la UES, a unos edificios en pleno centro de San Salvador. Ahí nos dieron clases abogados de regular prestigio, junto a abogados que en su tiempo habían sido magistrados. Más y más conocimiento. 
Y así, finalmente me gradué después de años de tener maestros que, si bien no me cambiarían la vida, me darían la mitad de las armas para ser una persona con principios.
Y ahora, sigo viviendo y según lo que establece el reglamento del crecimiento, ya no tengo maestros. Ahora, estoy atento a lo que me dice todo aquel que pueda enseñarme algo. 
Hay maestros que me enseñaron a dudar de todo. Agradezco el escepticismo.
Hay maestros que me enseñaron a imaginar y crear. Agradezco la imaginación.
Hay maestros que me enseñaron a interpretar. Agradezco la relatividad.
Hay maestros en todas partes.