sábado, 8 de junio de 2013

Profesores ancestrales

En mi vida he tenido muchos, muchísimos maestros. Tuve a la que le caía mal por mini sabiondo en la prepa, la Profesora Diana Guerra. No la juzgo. Le caía mala mucha gente, cualidad que he mantenido con los años.
Luego, tuve una maestra que, debido al auge que tuvo la telenovela "Carrusel", todo el grupo se encariñó de ella y protestamos para que fuera nuestra maestra durante 3 años consecutivos. Y quizás habrían sido 4, si no se le ocurre a mi padre morirse y perdemos la capacidad financiera de pagar ese colegio, y me toca entrar a escuela pública. Una desaparecida Alberto Masferrer, que se ubicaba donde ahora es un rimbombante "Centro Escolar Fernando Llort". Ahí, tuve como profesora a una señora que me tomó la medida de enemigo en el momento que le corregí en una clase sobre el tamaño de Belice y su comparación con El Salvador. 
Acá hay un lapsus de escuelas que me tuvieron por meses y que no vale la pena mencionar.
En 6º grado, tuve de maestro por primera vez a un hombre. Era un tipo que aseguraba que en las marchas de Andes los maestros llevaban un camión repleto de armas, por si se veían en la obligación de defenderse. 
Cuando pasé al entonces mítico "Tercer Ciclo", conocí lo que significaba que te separaran materias por maestro. Tuve un profesor de Literatura, que allá por 1996 nos obligó a coleccionar el suplemento sabatino del diario Co Latino. No iba a saber sino hasta muchos años después, todo lo que le debía. Aún conservo los suplementos. A mí siempre me gustó coleccionar recuerdos.
Tuve en ese 7º grado, de maestros, a uno de música que murió cuando el año escolar finalizaba. Otro, era el de Ciencias Naturales, que todo mundo llamaba el "Hisopo", porque su cabello canoso parecía un casco. Y claro, ahí conocí a uno de los maestros que más me marcaron la vida. El Profesor Pérez Meléndez me daba clases de Ciencias Sociales, y se encargaba de suplir, ocasionalmente, es decir casi nunca, a los maestros que faltaban. Me dio un par de clases de Ciencias Naturales, una de Literatura, y un par de maravillosas clases de Matemáticas.  Con él, aprendí más de lo que había aprendido en los 6 años anteriores. 
En las clases de Sociales, recuerdo como nos hacía ver que eran los sistemas los que debían ponerse al servicio de las sociedades, y no a la inversa. Hoy, podría definirlo como un hombre de izquierda progresista.  Cuando nos dio clases de Ciencias, nos hizo redefinir el conocimiento del universo comprensible a través de los datos, y del increíble camino del escepticismo. Mi maestro era un polímata. 
Recuerdo que fue gracias a él, que conocí por primera vez aquello de que todas las religiones anteriores al Cristianismo, podrían basarse en una idea grabada en nuestro inconsciente colectivo, que tendría que ver con razas inteligentes extraterrestres. Y no se casaba con esa idea. Nos hacía dudar de todo. Hasta del conocimiento que nos impartía.  
Recuerdo que en Matemáticas comenzábamos a ver los casos de Factoreo, y entonces, recuerdo que improvisé un método para llegar a las respuestas en uno de los casos, que jamás me falló.  Él se emocionó y dijo que había que seguirlo tratando. Luego, regresó el profesor de Matemáticas titular, y me dijo que las cosas ya venían dadas. Si no aplicaba el método establecido, la respuesta era incorrecta.
Pasó el Tercer Ciclo, y gané unas medallas más. Medallas inservibles, si me preguntan. 
Así entré al Bachillerato, donde tenía una decena de maestros. Un ex estudiante de seminario sacerdotal, me daba Filosofía. Tenía 2 profesores de Ciencias. Uno de ellos me daba el Laboratorio, y no podía pronunciar correctamente las erres. 
Tuve un maestro de Literatura que jamás me habló de Borges ni Cortázar, pero era un jesuita y había que respetarlo. 
Teníamos al Profe Balta, que nos daba Biblia. Era un profesor legendario. Murió con las botas puestas. Aún daba clases en el colegio, y años después me avisaron que había muerto. Pasé 2 horas en shock. Era bromista, cercano, amigo. 
Tuvimos al Profe Majano que nos daba Matemáticas. No estuvo más de un año. Luego estaba el profe de Sociales, a quien luego encontré años después en la UES y cuando me reconoció, me dijo: Vos fuiste mi mejor alumno.
De Bachillerato recuerdo casi 5 maestros que nos dieron clases de Religión, y a la Profesora Karina que nos saba clases de Inglés, y a quien me divertía haciéndole burla. Quizás era su voz desesperante o su intensa necesidad de domar nuestros espíritus de jovencitos, pero era odiada por muchos. Un odio que no merecía.
Tuvimos otra serie como de 4 maestros de computación, cuando el internet salvadoreño andaba en pañales y una hora de cibercafé costaba 30 colones. 
Jamás olvidaré al Profesor Velis, que nos enseñó, muy a su modo, literatura. Era difícil, titánicamente difícil respetarlo. Pero jamás dudé de su conocimiento. Lo encontré casi 10 años después, intentando entregar su participación en un certamen de juegos florales en la Casa de la Cultura de Santa Tecla. Ojalá hubiese tenido tiempo de decirle que gracias a él comencé a escribir. 
Fui creciendo, y conmigo, mi obligación natural y social de obtener un título universitario. 
Comencé Ciencias Jurídicas en la UES, y tuve 5 maestros que eran respetables, pero no entrañables. Uno de ellos me daba Filosofía y se llamaba Heriberto Montano. Una vez alguien le llevó un poema de Neruda y él no lo reconoció. Dijo que era un mal poema. Los amigos se burlaron. Incluso, en una clase de Seminario que nos dio, le presentamos un proyecto que denegó. Entregamos el mismo la siguiente semana y dijo que, en efecto, habíamos avanzado mucho. Descanse en paz, Lic. Montano, poeta. 
Pasaron los años y me fui llenando de conocimiento y de maestros entrañables unos, y llenos de anécdotas malas los otros. 
En primer año nos daba Sociología un Lic al que llamábamos Chocovito. Llegaba a diario a preguntar a la clase como había quedado su telenovela favorita, aquella con Angélica Aragón. 
Fue ese un año convulso, y tuvimos el cambio al final, del campus central de la UES, a unos edificios en pleno centro de San Salvador. Ahí nos dieron clases abogados de regular prestigio, junto a abogados que en su tiempo habían sido magistrados. Más y más conocimiento. 
Y así, finalmente me gradué después de años de tener maestros que, si bien no me cambiarían la vida, me darían la mitad de las armas para ser una persona con principios.
Y ahora, sigo viviendo y según lo que establece el reglamento del crecimiento, ya no tengo maestros. Ahora, estoy atento a lo que me dice todo aquel que pueda enseñarme algo. 
Hay maestros que me enseñaron a dudar de todo. Agradezco el escepticismo.
Hay maestros que me enseñaron a imaginar y crear. Agradezco la imaginación.
Hay maestros que me enseñaron a interpretar. Agradezco la relatividad.
Hay maestros en todas partes.

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