miércoles, 31 de octubre de 2012

Los Disfraces

Disfrazarse podría pasar por arte. Sobre todo ahora que cualquier cosa es arte.
No me gusta disfrazarme. Sé que la gente se divierte, y en fin, llegué a la conclusión que si debía hacerlo, me disfrazaría de algo fácil y que no comprometiera mi imagen de amargado.
Mi primera opción dados los lentes y el pelo despeinado, la cara de andar siempre pensando que un mago malvado mató a mis papás, pensé en ser Harry Potter.  Era demasiado trillado y tonto puesto que estoy por pasar a la tercera década.
La segunda opción, y que aún estoy pensando, fue llegar como Sigmund Freud. Me daba la libertad de simplemente ponerme un traje formal, un habano y los lentes, y con eso andar cuestionando a la gente y sus vidas.  Estoy por descartarlo porque debería llevar barba.
La última opción es llegar como Quentin Tarantino en "Reservoir Dogs", acercarme a cada mesa y contarles sobre que trata Like a Virgin. Es el que más estoy pensando.
Siempre decidiendo eso, me puse a pensar que realmente todos usamos un disfraz. La diferencia es ante quien nos disfrazamos y de qué nos disfrazamos.
A veces nos disfrazamos de personas con conciencia. Somos como esa extraña raza que todos llaman "políticos". Creemos que tenemos la razón y tratamos por todos los medios de hacerlo saber y de pasar sobre los que piensan distinto.


Otras veces creemos que somos buenas personas. Nos damos golpes de pecho y pregonamos que leemos la biblia o el libro sagrado de su preferencia, y es como si leyéramos el periódico. Somos parodias de creyentes religiosos. Asumimos que con leer la biblia o cumplir un par de mandamientos bastará. Y nos volvemos mentirosos, hacemos que corran rumores, nos importa más lo propio que lo de los demás. 
Y aún hay otras ocasiones en que decimos a los cuatro vientos que somos personas buenas, y no perdemos la primera oportunidad para contradecirnos. 
Usamos máscaras para todo. Ante todos. 
Usamos una máscara ante nuestros amigos para que sepan solo lo que es necesario que sepan de nosotros. 
Nos disfrazamos de hijos confiables con nuestros padres.
Nos ponemos nuestro mejor traje de estudiante cuando vamos a la escuela, a la universidad, etc. Lo más importante es que la imagen sea creible. La IMAGEN.
Vamos a buscar trabajo, y luego cuando lo obtenemos, vamos al trabajo con esa imagen de personas decentes. Porque NADIE necesita saber la persona que realmente somos. Y todavía tenemos el descaro de decir que somos realmente como proyectamos. Si eso fuera cierto no existirían los secretos. Y todos los tenemos.
Y no queda nada. Nos llevamos la honestidad a la tumba. Lo que queda es lo que la gente pensó que eramos. 
Y los disfraces simplemente se van cambiando.
Ya no sé qué seré mañana. 

viernes, 19 de octubre de 2012

Doppelgänger

 "El verdadero doppelgänger sos vos, porque estás como descarnado, sos una voluntad en forma de veleta, ahí arriba. Quiero esto, quiero aquello, quiero el norte y el sur y todo al mismo tiempo, quiero a la Maga, quiero a Talita, y entonces el señor se va a visitar la morgue y le planta un beso a la mujer de su mejor amigo. Todo porque se le mezclan las realidades y los recuerdos de una manera sumamente no-euclidiana." Cap. 56 Rayuela.


Eras vos. Yo sabía que eras vos, porque sencillamente, siempre sos vos. 
Yo sabía que no eras vos. Nunca sos vos. Vos sos una dualidad y yo vivo de contradicciones. Es como debe ser. 
Desde que te vi correr detrás del bus, ya sabía que eras vos. Tu cabello lacio y brillante con el que alguna vez te habías hecho un bigote mientras yo te molestaba por el enorme parecido de tus orejas con las de los elfos de las películas. Pero vos estás en Chicago y sos feliz preparándote para salvar el mundo. Preparándote vos que podés. Yo me quedo a ver como todo se va a la mierda. 
Pero no eras vos y yo lo sabía. Era tu doppelgänger que siempre veo cuando volteo a la ventana del bus mientras llueve, o la que veo cuando quiero escribir algo y tengo la página en blanco y me dan ganas de escribir. Eras vos y no eras vos. 
Y los dobles no existen. Es imposible. IM-PO-SI-BLE.
Eras vos y sonreías como nunca antes. O quizás como recuerdo hace tanto tiempo ya. 
Pasé 20 minutos imaginando que me acercaba y te hablaba. Pero no eras vos. De haber sido vos no hubiese dudado tanto. 
Llegaste a tu destino y avanzaste a la salida. Yo estaba en el último asiento. Te vi a los ojos y eras vos. Pero como eras vos. Eras inexorablemente vos. No hay doppelgänger que valga. Sos vos. 
Me ves y te despedís. Es tu voz. Un poco más dura, un poco más simple y tan necesaria como hace casi un año que no la escucho. 
Esas cosas pasan cuando recuerdo que vos tenés una gemela a la que veo muy raras ocasiones, pero que me hace pensar en vos. Más de lo normal.
Un día después recibo un mensaje tuyo en el que me decís que viajás por lugares celestiales del caribe. Sos feliz y el orden está restablecido. 
Mientras tanto, leo, escribo y planeo. Es hora de matar mi propio doppelgänger.


sábado, 13 de octubre de 2012

Reboot



Existe gente que reinicia (reboot), películas. Así, Christopher Nolan reinició y reinterpretó la historia de Batman y nos regaló películas épicas. Ahora, el mismo Nolan nos regalará, pero desde la producción, el reinicio de Superman.
A veces, yo también hago reboot. Sobre todo, hago reboot de mis cuentos porque me desagradan. Me aburro. Comienzo a odiar personajes, me duelen situaciones, sangro en paisajes que ya creé. Lo borro todo y reinicio.
Pero, ¿alguna vez han reiniciado un sueño?
Yo lo hice anoche.
Esas cosas no se hacen por decisión. Parece que hay algo dentro de nosotros que es lo suficientemente masoquista como para hacernos ver tantas opciones. Como un deja vù pero en sueños.
Todo comenzaba con una reunión para tomar café con una mujer que me gusta. Ahí estaba sonriendo hasta que le digo que mis intenciones son serias. Ella sonríe, me da la mano y se va después de una charla por compromiso. La veo marcharse sabiendo que es la última vez.
Despierto porque la alarma dice que debo levantarme. Recuerdo que no tengo nada qué hacer y vuelvo a cerrar los ojos.
Estoy sentado en la misma mesa del sueño anterior. La cara es distinta. Le digo a ella que mis intenciones son serias. Ella me ve y hace gesto de desaprobación. Dice que ella no puede ofrecer relaciones serias. Se aleja y  le llamo por última vez. Ella vuelve, me deja un libro y se va. Siempre.

Tocan la puerta de mi cuarto. Es mi hermana, despertándome para informarme que se va a la universidad y que ya es hora de despertar. Veo mi reloj. Son las 8:15. Insisto que no tengo más que hacer. Cierro los ojos de nuevo.
La veo sentada en la misma mesa. Camino alejándome. Ella me detiene para decirme que siente lo mismo que yo, pero no puede hacerlo. No está lista. Se disculpa. Le digo que estoy acostumbrado. Me alejo de nuevo. La veo y me voy. Sé que la volveré a ver. Pero duele. Sigo unos pasos más. Una mujer distinta me detiene, me ve a los ojos y me dice: Te estaba esperando. La reconozco aunque nunca la vi antes. Sonreímos y nos besamos.
Y así se reinicia un sueño.



"Si pudieras olvidar tu mente  frente a mí, sé que tu corazón, diría que sí."

jueves, 11 de octubre de 2012

Memorias sísmicas

Desde que recuerdo, he vivido 2 terremotos, o 3 si le incluyen todos la calidad de terremoto al que no cuento.


Recuerdo el 10 de octubre de 1986 porque ese martes, yo estaba en casa viendo televisión mientras mi hermano iba a kinder. Odiaba que no me llevaran. Odiaba que mi hermano se quejara del kinder mientras yo moría por ir y tener mis propios libros y mi propia plastilina. 
Ese martes aprendí que las cosas que eran más fuertes que yo eran innumerables. Aprendí que los televisores que traían su propio mueble hasta con "patas", no eran eternos. Aprendí que mi casa tampoco era eterna. Mucho tiempo después, cuando estuve por última vez en casa, el día del terremoto de 1986, junto a los días de la ofensiva de 1989 y los terremotos del 2001, fueron de los recuerdos más sin sentido que me traje de esa casa.
Cuando fue el terremoto de 1986 yo tenía 3 año y 4 meses. Es de mis recuerdos más viejos. El más viejo, es de mi tercer cumpleaños en que le probé una cerveza a mi papá y me quedé dormido en el pasillo de mi casa.

En enero de 2001 yo era un bachiller en espera a entrar a la universidad. Me sentía como entrando a un mundo que sería mío. Estaba tan desesperado como de pequeño por entrar a clases.
Era un sábado. Mi familia en la azotea porque la ropa se llevaba a secar allá. Yo barría porque estaba aburrido. El temblor comenzó después de las 11 de la mañana. Recuerdo que teníamos a la perrita que nos acompañó por 11 años. Lobita no tenía ni un año cuando fue ese terremoto. Lobita estaba con mi familia en la azotea.
Recuerdo que subí las gradas mientras parecía que el edificio entero se desplomaría. Llegué y el temblor aún no terminaba. Lobita estaba desesperada ladrando al aire. No comprendía nada. Yo si. Abracé a mi mamá que estaba en un ataque de pánico, y le dije que ya iba a pasar. Unos segundos después todo comenzó a normalizarse. Más tarde, las réplicas. Dormimos en la sala con las cosas pequeñas y valiosas en maletines, listos para cualquier emergencia. Nunca se está listo.
Un mes después, tenía charlas de introducción en el auditorio de la Facultad que me recibiría por los próximos casi 8 años, sumados la carrera, tesis y graduación. Eramos cientos los que escuchábamos lo que nos esperaba de la vida universitaria, cuando las lámparas del auditorio se balancearon con fuerza. Los futuros abogados corrían de un lado para otro, sobre las butacas, sobre los pasillos, etc. Nunca se está preparado. Este último es el que personalmente no cuento como terremoto.
Hoy, 11 años después, estoy listo para estar listo para el siguiente terremoto. 
Nunca se está listo.

sábado, 6 de octubre de 2012

Una vez fui un cuervo




Una vez fui un cuervo. Un cuervo blanco condenado a repetir el viaje.
Construí puentes a fuerza de mentiras. Los llenaba de gente que se alineaba a pedir perdón. A pedirme perdón.
La redención llegaba en función de cumplir destinos. Y nunca necesité la redención.
Me paseaba con la suficiencia del vuelo en picada. Me sabía dueño del último latido de cada alma.
Porque está escrito que el día que al fin me atreva a dar la señal, los otros cuervos blancos vendrán, el viento hablará, las sombras desaparecerán y el tiempo revelará todo en su esencia. Revelará que nada existe.
Soy el mismo cuervo que criaron para sacarle los ojos a la humanidad.
Mientras tanto, espero. 

viernes, 5 de octubre de 2012

7 formas de pasar el tiempo mientras se viaja en bus

Es necesario someterse a los rituales cotidianos, como si viviéramos en libros de Carlos Monsiváis, o en los apuntes encontrados en una agenda de las que regalaban en los bancos allá por los noventa. 
Los rituales se van haciendo cada vez más necesarios y cada vez más difíciles. Es la ley. Uno debe vivir de la forma más difícil. 
Como algo tan sencillo como viajar en un bus del transporte colectivo nacional puede parecer la misión más aburrida del día, he recopilado un breve listado de formas para pasar el tiempo mientras se viaja en bus.

1) Analizar cada persona que se suba al bus. Inventarles vidas. Pensar en lo que piensan. Observarlos 10 segundos y reunir toda su humanidad en una breve historia que dure lo que el trayecto a tu destino.

2) Ver por la ventana y contar cuantas personas te sonríen desde la calle sin conocerte.

3)  Leer un libro. Podés sacar una frase aleatoria y mezclarla con lo primero que veás en el bus o fuera de él.

4) Dormir. El miedo de lo que puede pasar mientras vas dormido, es comprensible, aunque la vida en general es así.

5) Anote ideas de cosas que va pensando en forma aleatoria y que le pueden servir para escribir cosas como en este blog.

6) Coma. Compre chocolates o galletas de las que siempre venden. Sienta que con eso colabora a la causa. Aunque la causa no exista o no valga la pena.

7) Imagine.