Una vez fui un cuervo. Un cuervo blanco condenado a repetir el viaje.
Construí puentes a fuerza de mentiras. Los llenaba de gente que se alineaba a pedir perdón. A pedirme perdón.
La redención llegaba en función de cumplir destinos. Y nunca necesité la redención.
Me paseaba con la suficiencia del vuelo en picada. Me sabía dueño del último latido de cada alma.
Porque está escrito que el día que al fin me atreva a dar la señal, los otros cuervos blancos vendrán, el viento hablará, las sombras desaparecerán y el tiempo revelará todo en su esencia. Revelará que nada existe.
Soy el mismo cuervo que criaron para sacarle los ojos a la humanidad.
Mientras tanto, espero.
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