"- Lo peor de estas edades es que a uno le parecen ajenas- me había dicho la noche de su muerte, durante la cena. Su cumpleaños había sido hace una semana, pero yo no había podido felicitarlo al estar él aquel día ausente en Londres. No había podido hacerle las tradicionales bromas por tanto, yo tenía tres meses menos y me permitía llamarlo "viejo" durante ese periodo. Ahora tengo dos años más de los que él tuvo nunca, diblé mi esquina-. Hace unos días leí en el periódico una noticia que hablaba de un hombre de treinta y siete años, y en efecto la asociación de esa edad y la palabra "hombre" me pareció adecuada, para el individuo al menos. Para mí, en cambio, no lo sería. Yo todavía espero inconscientemente que se refieran a mí como a "un joven" y desde luego cuento con que me tuteen, y figurate, soy ya dos años mayor que ese hombre de la noticia. Los años deberían cumplirlos siempre los otros, hacernos ese favor. Es más: al igual que antiguamente los ricos pagaban a un individuo pobre para que hiciera el servicio militar o fuera a la guerra por ellos, debería ser posible comprar a alguien que cumpliera por nosotros los año. De vez en cuando nos quedaríamos con alguno, este año es mío, ya estoy harto de tener treinta y nueve. ¿No te parece una excelente idea?"
"Sangre de Lanza", de Javier Marías.
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