miércoles, 7 de agosto de 2013

Encrucijada moral Nº 797

Camino a mi casa en tarde- noche de un martes que parece domingo solo por la vacación. 
Trato de llegar temprano porque he prometido a mi abuela, que no vive conmigo, que tomaré café con ella antes que se vaya. Eso suele ser a las 7 pm. Son las 6:40 pm cuando camino.
Llevo mis audífonos puestos para que nadie me interrumpa en mi camino. Funciona siempre. Casi siempre.
Una señora de unos 85 años me llama desde el otro lado de la calle. Cruzo, le pregunto que necesita y me dice que necesita encontrar una tienda cerca. Es 6 de agosto y obvio todo está cerrado. Recuerdo la única tienda cercana que abre todos los días del año. Una tienda que se mantiene por los ebrios de las colonias cercanas. Le menciono a la viejecita que si necesita algo de ahí la puedo llevar a la tienda porque queda camino a mi casa. Acepta, pero la lluvia está cercana y le digo que si gusta, le puedo ir a traer lo que necesite sin que ella camine hasta la tienda. Acepta. Saca 3 monedas de $1 y me dice que quiere una cajetilla de diplomat rojos. No sé qué decir. Pienso muchas cosas. Pienso que ella no debería confiar en un extraño y darle su dinero. Pienso que yo no debería comprarle cigarros. Pienso que no me gustaría que a mi abuela le pasara eso. Estoy en una encrucijada de esas en las que me meto cuando aparentemente son cosas sencillas. 
Corro y compro la cajetilla de cigarros. Le llevo el cambio y le entrego todo. Entonces me ve con esos enormes ojos llenos de pasado doloroso y me dice: Yo sé que no me vas a dejar hasta que llegue a mi casa. 
No puedo negarme, le pregunto donde es y camino con ella. Es alrededor de 5 cuadras abajo de donde la encontré. La llevo y me cuenta que tiene 3 hijos, un abogado y dos ingenieros. Le digo que soy abogado, no me cree. Me pregunta mi edad y me dice que está segura que tengo 21. No le creo y sé que lo dice por cortesía. 
Llegamos a la puerta de su casa. Me entrega sus llaves y me dice que busque la que está manchada de rosado. Es la de su casa. Ninguna llave está manchada. Las pruebo todas hasta que encuentro la correcta. Pienso que ella no debería confiarle sus llaves a un extraño. Me dice su nombre y me dice que su casa está a mis órdenes el día que yo necesite lo que sea. 
Camino a casa, olvido su nombre y me quedo pensando en esa mirada de tristeza acumulada durante años. Mientras tanto es tarde y mi abuela me espera para el café.

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