lunes, 18 de agosto de 2025

¿Cuándo fue la última vez que pensaste en irte?

O quizás para ser más claro, ¿Cuándo fue la última vez que quisiste morir?
La vez que dijiste, ya está, nada más va a venir, a nada más voy a llegar.
Hace un tiempo vengo pensando. Porque a veces vivir es solo cumplir una serie de pasos, quizá lógicos, quizá no. No siempre depende de uno mismo. 
Uno vive y piensa, qué bueno que esto tiene final. 
Uno vive y piensa, lo caro que es vivir, qué tanto valor tengo, ahora vivo y luego, muerto. 
Y es ese ir y venir, ese paso suave de peldaño malgastado en peldaño malgastado, el que le ha ido dando valor a la vida. Porque un día sabés qué hay, y el siguiente no. Porque un día tenés la tranquilidad de la rutina, y el siguiente día querés vivir algo más, querés darle a la vida el sentido que intrínsecamente nunca tiene. 
Y lo vale. 
Por un tiempo.
Y no es cuestión de fuerza. 
Irse y quedarse requieren el mismo valor. 
¿Qué va a quedar?
¿Importa?
¿Hay tiempo?
¿Importa?
Escribir,¿importa?
Quizá el silencio, el cansancio, el barullo, la distancia, la nostalgia, el vaivén, la inmensidad, el tintineo de la lluvia en la ventana, el sonido de la cola del perro golpeando la puerta de emoción cuando te siente llegar, la calidez del abrazo, la ausencia, el corazón latiendo en la oscuridad del sueño, los ojos acuosos por la nostalgia, las ganas inevitables de vivir, el miedo constante, la certeza de la muerte, los puntos suspensivos, la sonrisa de los niños, las canas de los abuelos, el dolor del presente, el café de la mañana, la almohada tibia, quizás es eso, lo que vale la vida, y quizá al mismo tiempo, la muerte.

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