Yo creo que comencé a morirme desde muy joven. Mi vida siempre ha estado unida a la muerte. Antes de los 15 años ya habían muerto 4 familiares. Pero aunque murieran más y más, comencé a sentir la muerte, al tercero. Cuando murió mi padre comencé a saber lo que dolía la muerte. Era profundo, como cuando te inyectan y apenas sos un niño de 4 años. Como cuando te llenan de anestesia en tu primera operación. Al principio siempre sentís, pero poco a poco el dolor se va.
Luego, me dí cuenta que había gente con la que me seguía muriendo un poco. Me pasó primero con la muerte de Sinatra en el 98. Tenía entonces quince años y me morí. Poco a poco murieron más de los magos que van dándole un poco de sentido a la vida. A veces se me olvidaban por meses hasta que aparecían muertos, inoportunamente, como mueren los genios. Siguió Kubrick y no pude evitar sentir que algo más se iba quedando. Pasó un año, y en el 2000 murió Menéndez Leal, y jamás pude dejar de sonreir con sus ironías en las entrevistas y las maravillas de sus cuentos. De alguna manera estaban siempre allí, pero como las viejas fotos que con el tiempo se ponen amarillas o como los poemas que sólo quedan vagamente la memoria.
El cuarto fue don Mario Benedetti. Fue hace un par de años. Y así sucesivamente me doy cuenta como me voy muriendo en secciones de mi alma. Como primero en el 98 se me murió algo que parecía eterno.
El cuarto fue don Mario Benedetti. Fue hace un par de años. Y así sucesivamente me doy cuenta como me voy muriendo en secciones de mi alma. Como primero en el 98 se me murió algo que parecía eterno.
Sinatra, Kubrick, Menéndez Leal, Benedetti, el penúltimo Saramago, y ahora, a las 4 de la mañana de acá, cuando no lograba dormir y en mis redes sociales escribía cosas que ineludiblemente hablaban de la muerte, de mi muerte, murió don Gonzalo Rojas, entre el rumor de la vida cotidiana y el eterno olor de sus poemas.
Ahora solo sé que tengo que escribir. No sé para que. Ni sé qué decir. Solo sé que tenía que escribir esto. Porque a veces uno puede querer llorar y hasta hacerlo, por alguien que jamás conoció, pero con quien muere un poco nuestra alma. Por eso es que no puedo llorar, porque la lágrima se me ha quedado atrapada al borde del ojo, como si quisiera quedarse para siempre, como presagiando que el llanto de ese tipo es interminable.
Voy a seguir escribiendo, como siempre, pero por sexta vez menos vivo.
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso."
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso."
4 Manchas en la pared:
Olvidaste a Saramago.
Y si lo pensás: aún quedan más muertes que cargar.
Al final, quedaremos vacíos.
Bonita entrada. :)
"Por eso es que no puedo llorar, porque la lágrima se me ha quedado atrapada al borde del ojo, como si quisiera quedarse para siempre, como presagiando que el llanto de ese tipo es interminable".
me encanto!
Muy buena entrada, me ha gustado muchísimo. Gracias.
Odio mayo, él y yo no nos llevamos bien, durante un mayo empezó la colección de mis muertos que me dejan medio muerta...
También me pesan otros muertos y muertas: Mercedes, María Elena Walsh, Virginia Wolf, Benedetti, Saramago y Sábato me acompañan ya en mis conversaciones de madrugada.
Hay en la muerte que no me deja ser feliz, pero que al mismo tiempo me asegura una inmensa alegría de libertad. Es bien raro, como bipolar.
Me gusta como escribís.
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