Soy una mala persona porque a la señora que me habló en la fila del banco no le hcie caso. La señora trataba de tener la atención de alguien y yo le respondía con el mismo interés que le podría poner a la reproducción de las hormigas.
Soy una mala persona porque no me importó que ella se pusiera a decirme que le dieron el título justo antes que estallara la ofensiva de 1989. Soy una mala persona porque le hice una mala cara cuando se puso a decir que su generación fue la última que valió la pena de las que salieron de la UES.
Me di cuenta que soy una mala persona cuando mencionó que ella tenía un hijo estudiando en una universidad privada, un título en comunicaciones que para ella no significaba nada. Lo peor, en sus palabras, era que ahora ya no hacen tesis. Su hijo no hará tesis porque es CUM superior. Señora, todo lo que usted me contó no me importa. No me importa lo que haya hecho en su vida, no me importa su hijo, sus estudios, su ronca voz mucho más elevada que la de toda la gente en la fila, sus reclamos a la gente del banco porque no tienen la cantidad suficiente de cajeros. No me importa.
Comienzo a pensar que soy el odioso. Creo que mi experiencia me lleva a creer que no me debe importar un carajo si el que va delante de mí ha tenido un mal día y necesita hablar con alguien. Ya no soy esa oreja gigante que va por ahí escuchando a todo mundo. Soy la misma mala persona que debo ser.
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