Tengo 9 años. Estoy enamorado. Parece que comenzaría la constante de enamorarme de mujeres con las que todo saldrá mal. Ella llegó en abril. Era hija de un ingeniero gringo que había venido al país contratado por 6 meses para un proyecto. Entonces no sabía que significaba todo eso. Tampoco supe lo de los 6 meses. Habían venido al país puesto que también era hija de una salvadoreña.
No tardé demasiado en enamorarme de ella. Como mi abuela era quien pasaba más tiempo conmigo en casa, había tomado el hábito de ver todas las películas de Pedro Infante, Cantinflas, etc. Lo que sabía del amor me lo enseñaba Pedro Infante cantando a las mujeres. Me imaginaba a la pequeña Helen con sus rizos rubios sonriéndome mientras le cantaba alguna canción de Pedro Infante.
Pero como era un niño, lo primero que se me ocurrio fue regalarle una de mis posesiones más preciadas. Mi papá me había regalado un borrador azul en forma de dinosaurio. Le había salido caro para ser un simple borrador. Y apenas una semana luego de haberla conocido, se lo regalé y le dije que me gustaba. Ella me dio un beso en la mejilla y sonrió. No dijo nada más.
Un mes después logré robar de las cosas de mi mamá un anillo que sabía que a Helen le quedaría demasiado grande, pero sabía mucho mejor que combinaría perfectamente con el azul profundo, eterno, de los ojos de Helen. Se lo regalé unos días antes de mi cumpleaños. Lo recuerdo perfectamente. Lo recuerdo todo. Esa sonrisa bellísima. El beso tibio, largo y dulce que me dio en la mejilla.
Pasaron los meses. Llegamos a la vacación de agosto. Recuerdo que el día que salimos de vacaciones, mi mejor amigo de ese año, Carlos Vásquez, me dijo que a él le gustaba también. Ese día también me di cuenta que se despidió de ambos con la misma sonrisa.
El 5 de agosto me llevaron a la feria. No podía dejar de pensar en la niña que me gustaba. Siempre he sido bastante idiota en esas cosas.
Me aburrí como siempre en toda aglomeración. Luego de intentar divertirme un poco, nos fuimos con mis padres en un bus hacia mi casa. En el mismo bus iba Helen. Sus padres tenían carro, pero se había arruinado y no habían querido pagar taxi para esas pocas cuadras a su casa.
Yo iba sentado. Mi mamá llevaba en las piernas a mi hermana. La mamá de Helen me dijo que llevara en las piernas a la niña. Feliz dije que si y la senté en mis piernas. Tenía ganas de decirle que la quería, por muy infantil que fuese. Nos vimos a los ojos los menos de 10 minutos que fuimos en el bus. Cuando ella se bajó, no sabía que sería la última vez que la vería.
Unas semanas después en el colegio me enteré que ella no volvería. Su papá terminó el trabajo y se llevó a la familia de nuevo a los Estados Unidos. Un mes después mi mejor amigo enfermó. Leucemia, igual que a mi hermano. La vida es así.
Life is life and kind is kind...
1 Manchas en la pared:
Esto me encanto, creo q es dificil hacer retrospectiva y darnos cuenta que desde pequeños nos comenzamos a llevar pequeñas desiluciones, bueno no tan pequeñas porque nos marcan ya adultos.
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