domingo, 11 de diciembre de 2011

La edad de las preguntas

Siempre he pensado que de tantas maneras que las personas tenemos para juzgar a los demás, la más importante es por el tipo de preguntas.
Recuerdo que una de mis maestras ahí por el segundo grado en un colegio de Ayutuxtepeque de cuyo nombre no me da la gana acordarme, le dijo a mi madre que la gente valoraba a los niños por las preguntas que hacían. Ella decía que en esos tiempos yo le hacía las mejores preguntas. Yo siempre quería saber más. Nunca estaba satisfecho con las respuestas. Seguí creciendo y la tónica no cambiaba. Mi mamá me consiguió todo tipo de libros. Incluso hacía lo que podía por leer aquellos que me estaban vedados por mi edad.  Pense, quizás tontamente, que la insatisfacción con las respuestas que me daban se me iba a quitar con aquello de crecer y acumular más conocimientos de cosas que todos dicen que son más importantes. Mis preguntas iban a cambiar de "¿Por qué soy como soy y no como uno de mis amigos? ¿Por qué mis ojos fallan ahora que soy un niño? ¿Hay una edad para morir?" a preguntas como "¿Qué debo hacer si me acusan de prevaricato? ¿Qué sistema de valoración de la prueba se utiliza en los procesos penales salvadoreños? ¿Cuanto ganaré en mi trabajo una vez me gradue?"
Pero el tiempo pasó y la edad de las preguntas fue cambiando. Toda la vida era edad de preguntarse. 
Con el tiempo las preguntas crecieron. Cada vez vivo más y sé menos.
Cada día es despertar sin una puta idea de lo que pasará. Cada día es saber que en el fondo nada de lo que haga o deje de hacer es real o tiene un sentido, en tanto no le ponga atención. Si hago algo como bañarme y lo vuelvo una rutina simplemente lo haré sin pensar y no tendrá que tener sentido alguno. No más.
Mientras la vida sigue las preguntas también. Uno llega a pensar que el destino de la vida es el de las preguntas que nos hacemos, tengan o no tengan respuesta.
Es caminar y preguntarse de nuevo ¿Por qué camino como camino? ¿Por qué vale tanto la forma de mi rostro? ¿Por qué es necesario recordar? ¿Puedo resolver el vacío? ¿Por qué estoy aquí? Y la consigna es seguir escribiendo porque quizás alguna vez la respuesta se encuentre entre líneas, aunque nunca la alcance a leer.

1 Manchas en la pared:

Aledato dijo...

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