martes, 6 de noviembre de 2012

Fractal rotativo

Subir al bus y ver a la gente mirar por la ventana hacia el lugar en el que hace 3 años te asaltaron y te quitaron aquel libro que habías tardado tantos años en conseguir y que habías tomado prestado de la biblioteca de la universidad, en una de esas tardes frías en las que solo pensabas en encontrarla y decirle que la vez que te tomaste ese jugo con ella y vieron el cielo a mediodía te hizo sentir tan completo como cuando fuiste niño y te regalaron un pequeño libro que aprendiste a leer un año después porque esas cosas no son sencillas, y sobre todo cuando no sos el hijo que está en primer grado, sino el que sigue, el que está en kinder y apenas le dejan jugar con plastilina, de esa que sale de los colores más insospechados, sobre todo cuando los mezclás y dan esa sensación de tener tu propio barbapapás, de aquellos que salían en Canal 10 junto a toda esa tanda de programas que incluían el de la brujita que iba a clases y pasaba mil penurias para cuidar a su dragoncito, y que años después encontrarías inexplicablemente parecida a la amiga que vive en Berlín a miles de kilómetros, o a 8 horas de diferencia, si las distanciamos como en Casablanca, ¿te acordás? Cuando Rick se pregunta, viviendo en Casablanca, la hora que es en Nueva York, solo para recordar algún momento de felicidad de los que pasó con Ilsa,  en ese papel que ahora ya no le creés a Ingrid Bergman, aunque se vea tan hermosa como siempre, sin nada que envidiarle a la encantadora Audrey Hepburn, aunque, ya se sabe, nadie como ella, porque "amamos tanto a Audrey", de forma parecida escalofriántemente a la historia de Julio Cortázar en que un grupo de gente se reune para ver una y otra vez las películas de Glenda Jackson, "Queremos tanto a Glenda", el libro que salió antes de "Deshoras", cuando ya Julio estaba muy enfermo de algo que después han especulado muchos biógrafos que tenía que ver con problemas de hemofilia, esa enfermedad que te impide la correcta coagulación de la sangre, lo cual sería el sueño de Drácula para tener almacenada por más tiempo la sangre que necesitara para saciar sus necesidades intrínsecas de vampiro, que claro, nada tienen  que ver con las necesidades que muestran los vampiros de las películas actuales, porque, ya ni creatividad tienen los guionistas actuales y les da por repetir las historias ya contadas y agregar detalles que no hacen más que ridiculizarla, aunque quizás lo que busquen sea volverlas absurdas, pero no se puede ser un Ionescu de la noche a la mañana y menos si te ponés a escribir historias ridículo-románticas, como si estuvieras poseído por algún demonio de mal gusto, aunque para eso primero deberías creer en ese tipo de entes, que por demás te parecen increíbles porque la ciencia no te ha mostrado pruebas, y vos sos como Tomás y necesitás ver para creer, y le metés los dedos en las heridas a los inventos de la gente hasta que comprobás que no hay sangre ahí, que la realidad es más fácil de comprender, más fácil de ver, si se limita a enfrentarla y no a escapar inventando ideas para justificar lo injustificable, como si fuera un delito que se puede no solo atenuar, y eso que la ley es clara y manda a castigar cuando se comete un delito, no importa quien seás, ni cuanto dinero tenés, aunque claro, siempre hay alguien que se logra escapar de la justicia, porque como decían en aquella serie que pasaba Canal 4: "La justicia es ciega, aunque ve en la oscuridad", lo que es como una paradoja, tipo aquella paradoja que dice que siempre que recorrés la mitad de un camino para llegar al final, te hará falta la mitad de esa mitad y así por siempre. Una metáfora asombrosa, y por cierto, salida de una serie de tv lo hace más surreal, sobre todo de aquellos tiempos en que Canal 4 era un mejor canal y no pasaba 8 horas de telenovelas, y pasaba aquel famoso jingle para decir que eran el canal deportivo del país: "Canal 4 es más que un logo pintado..." y esas cosas. Hasta te podías aprender el jingle. Era tan famoso como el anuncio navideño de la Nueva Milagrosa, aquel almacén que solía existir en el centro de la ciudad, en el que en una navidad te compraron aquellas copias chinas de los juguetes basados en la serie japonesa de TV que pasaba Canal 2 todas las tardes, y que constituían un gran aliciente a la hora de terminar pronto las tareas, aunque eso sucedía en los últimos compases del año. Hablando de compases, es como cuando aprendiste a tocar el piano a los 9 años, maravilloso momento en que te diste cuenta de las diferencias de compases, tiempos, etc. Y la gente suele decir que las cosas que se aprenden no se olvidan nunca. Hasta tienen un dicho famoso: "Es como andar en bicicleta, una cosa que no se olvida." La suerte es que vos nunca aprendiste a  andar en bicicleta, o al menos no de la forma correcta. Porque te interesaba más ver la serie de las aventuras del joven Indiana Jones, y aquel capítulo en que aprendiste como es que se sentía el amor, cuando Henry Jones pasaba sobre todos los protocolos para declararle a una pequeña aristócrata de nombre Sofía, que la amaba aunque nunca la volvería a ver. Son historias que se te quedan sin motivo alguno. La verdad es que no se necesitan motivos para las cosas que tienen que irse pegando a la conciencia. Pero es tarde y apenas te das cuenta que ya llegaste y hay que bajarse y luego recordamos más.

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