Hace unos años escribí sobre mis muertos. Ahora, luego de pasar otra mañana de 2 de noviembre visitando los cementerios que se me han hecho costumbre, pasar la ruta de las tumbas famosas, hacer ideas de lo que me depara en el futuro, pensar que será mejor que me cremen y no gastemos en pago de cementerio para que no me pongan en mi cruz una notificación de la alcaldía para que me presente a pagar mi deuda con 3 opciones de solución, pago completo, pago en cuotas y dación en pago.
Y es que en la muerte ya no hay muros, ni espejismos ni imágenes, ni intentos, ni fracasos. Somos todos iguales. Claro, por otro lado, la muerte no se decide.
Esta vez me dediqué a crearle historia a cada muerto. Pensaba en las familias que habían dejado atrás. Pensé, también, en las personas que fueron enterradas y jamás las fueron a visitar. Es como cuando tirás algo que ya no sirve y no tiene porqué seguirte importando. Muy parecido a aquellas noticias en el extranjero sobre gente que muere y es descubierta meses después.
Quizás me resulta difícil pensar en eso. Me duele pensar en un vacío más allá del que ya tuvimos.
El próximo año, si alcanzo a estar con vida, mi objetivo será encontrar un homónimo.
¿Hay un Raúl Marín enterrado por ahí? Aparte de mi papá que yace en Jardines del Recuerdo. Paradójicamente olvidado.
Y luego la tumba, el vacío, la tierra, la marca, el olvido. Todo eterno.
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