La inmutabilidad necesaria.
La nimiedad cotidiana.
La confesión pausada.
La inevitable necesidad de callar.
Cada nacimiento de oscuridad entra la ordinaria luz.
Todos los cambios de dirección en las palabras eternas.
Cada hoja del diccionario.
Cada vacío entre las cosas, creando esa ilusión de la realidad.
El sonido utópico del viejo piano de la parroquia.
Las canciones que escapan cada vez que son nombradas.
La sangre que guarda silencio hasta que es demasiado tarde.
La bomba atómica cayendo, y arrasando instintivamente cada falsa promesa.
Los días que se manchan de esperanzas irrealizables.
Los desiertos artificiales en las sombras.
Las postales que enviamos desde los lugares a los que nunca fuimos, y nunca iremos.
Pasan los días o paso yo por ellos, y como única arma secreta, quizás mortal, quizás irremediables, me va quedando la simple vida.
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