Todos tenemos un conocido loco. Los vemos andar por las calles de la ciudad con el pelo lleno de tierra, la ropa deshecha y el cuerpo lleno de llagas. Otros van desnudos por ahí, mientras los niños les gritan y los perros les ladran. Son la burla. Son adornos atrofiados, recuerdos de una ciudad desconocida.
Desde pequeño tuve mucho contacto con locos. Frente a mi casa vivía, y debe vivir aún, puesto que el que se mudó fui yo, un hombre del que se decía que se había vuelto loco luego de experimentar con drogas a inicio de los ochenta. Era alto, fornido, muy blanco y con el largo cabello rubio cayendo sobre sus hombros. Salía con un cuaderno y hacía anotaciones que no mostraba a nadie. Me saludaba detrás de esos enormes anteojos negros Ray Ban, mientras su familia le contaba a mi mamá lo peligroso que era cuando se ponía histérico. Una vez había golpeado hasta dejar inconsciente a su propio padre. Otra vez lo escuché reclamarle a su mamá que le diera dinero para comprar drogas. Y la hecatombe de sonidos de destrucción que se escucharon, seguida de los portazos. Jamás lo ingresaron en institución alguna. "Maurice", a quien todos se acostumbraron en solo llamar "Moris", era el loco oficial del edificio. Y probablemente siga ahí.
Barú, "el mago", era como todos conocían a Richard, el que alguna vez fue un brillante joven que se fue a estudiar la universidad a los Estados Unidos, en aquel tiempo en el que los setenta terminaban y las drogas "recreativas" estaban a la orden del día. Regresó y no se hizo cargo de la pequeña empresa de miel que tenían en la colonia. Luego, andaba por la calle y, por una simple moneda, te hacía el truco de traspasar los aros de metal uno sobre el otro, mientras fumaba ataviado de su disfraz de mago cuasi turco.Siempre opinaba de política, con la sapiencia ancestral de un mago drogado. El loco oficial de la colonia desapareció de mi vida cuando me mudé a mi actual casa. Fue hace 5 años. Dicen que hace un par de años, Barú finalmente murió. Yo no creo, porque él decía que jamás se iba a morir.
En mi colonia había una señora que juraba que su hija era Lady Gaga, y que la había mandado a los Estados Unidos para que tuviera una vida mejor. Ahora Lady Gaga solo le mandaba sus discos, sin ningún agradecimiento por haberla llevado a la posibilidad de ser la superestrella que era hoy.
Conocí a otra señora que decía que tenía cientos de millones de dólares en cuentas en Europa, de dinero proveniente del estado iraní, porque ella había sido una de las esposas del Shá de Irán, antes de la revolución de 1979, y que después le tocó escapar y, claro, qué mejor que escapar hacia El Salvador.
Un amigo me contó que había escuchado sobre una señora que decía que era hermana de la Reina de Inglaterra, y que había tomado la decisión de vivir en pobreza porque así era mejor.
Estoy leyendo a Hernán Rivera Letelier, novelista chileno ganador del Premio Alfaguara 2010 gracias a su libro "El arte de la resurrección". En dicha novela, Domingo Zárate se autoproclama el enviado de dios, el profeta elegido. Y en uno de sus párrafos menciona algo sobre la "Nave de los locos", un barco que enviaban hace unos 4 siglos, en el que enviaban a los locos y abandonaban el barco a mar abierto, para que los locos sobrevivieran hasta donde lograran hacerlo, que generalmente era muy poco.
Y uno se vuelve loco al perderle las razones a todo. ¿Por qué hago esto y no aquello? ¿Por qué obedezco esta convención social? ¿Por qué pienso como pienso? ¿Por qué existen los límites?
Y la locura está ahí, como dormida hasta el final del tiempo.
El villano más enigmático e interesante del universo de DC Comics, en "The Killing Joke", intenta hacerle ver a Batman que no hace falta más que un mal día para volverte loco, para matar toda la racionalidad que te quede. Como siempre, el villano es arrestado por Batman, por lo que al final el Joker le hace ver que no son tan diferentes el uno del otro.
Al Joker, toda la invitación a reformarse que le hace Batman le recuerda un chiste:
"Había una vez dos tipos en un manicomio y una noche deciden que ya no
les gusta vivir en él. ¡Así que deciden escaparse! Entonces se suben al
tejado y ahí, ven las azoteas de los edificios de la ciudad, que se
pierden en el horizonte bajo la luz de la luna [...] que se pierden
hacia la libertad. El primer tipo da un salto y cruza sin problemas.
Pero su amigo no se atreve —porque teme caerse—. Entonces el que ha
saltado tiene una idea y dice: «Llevo una linterna encima alumbraré con
ella la distancia que separa ambos edificios para que así puedas caminar
por el haz de luz». Pero el otro niega con la cabeza, y dice: «¿Pero
acaso crees que estoy loco?. ¡La apagarías cuando fuera por la mitad!». "
¿Cuántos locos ha conocido usted?
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