martes, 13 de marzo de 2012

Cosas que parecen no cambiar

Camino a una reunión con una amiga que está por irse del país. Llego a la parada del bus y una mujer más o menos de mi edad, con el clásico uniforme de turista extranjera y toda la apariencia de una gringa promedio, espera el mismo bus que yo. Lo sé porque ese es el único bus que pasa en la calle de mi casa.
La veo de reojo y se da cuenta que la vi. Me sonrie. Sonrío hacia ella. Me suelta un simple y sonriente "Hi" mientras se coloca el cabello detrás de la oreja. Tengo ganas de coquetearle de esa forma particular que me enseñó leer a Kundera, como les conté anteriormente.
Apenas logro mover la mano para saludarla antes de comenzar a hablar. Un carro se detiene frente a nosotros y le pita, aunque suavemente.
El que maneja le dice que si ella necesita ir a algún lado, que él la puede llevar. Ella dice que va cerca , a unas cuantas cuadras. Él dice que la puede llevar, que le da pena que ella tenga que estar esperando ahí sola y en ese calor.
Ella acepta, al parecer con pena. Él le abre la puerta y le pregunta el nombre. Ni siquiera alcanzo a escuchar. Ella sube y me dice en un rudimentario español: "Hasta luego." Sonríe y el carro se va.
Tengo mucha suerte, el bus viene detrás.

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