martes, 30 de julio de 2013

Leer

Sobrevivir al estresante viaje diario de cada mañana en la 101 D. Pensar en la poca esperanza del mundo. Saber que dejaste de soñar las cosas grandiosas de hace años. Querer escribir en gerundios. 
Perder la fe y seguir parado viajando junto a esos otros 85 sudorosos salvadoreños madrugadores que decidieron subirse a la modernidad de nuestro sistema de transporte público, porque simplemente no tienen, no tenemos, otra opción.
Logro sentarme, y se me ocurre leer la antología de cuentos de Javier Marías que estoy leyendo, y no paso de la ocurrencia porque siento demasiado sueño. Trato de dormir sentado, como una habilidad que tengo desde hace algunos años, y que estoy mejorando a tal grado que casi puedo dormirme parado en el bus. 
Siento que muero de sueño. Cierro los ojos y cuando los abro estoy unas 3 paradas después. Veo a todos lados y el bus está vacío por primera vez. Algunos asientos reclaman gente que sigue el mismo viaje que yo. 
Y entonces me siento maravillado. En el asiento de adelante un señor lee un libro. En el asiento de al lado una muchacha lee un libro. En otro asiento un señor lee el periódico. Me animo al darme cuenta que a la gente aún le interesa leer.
Y entonces me tomo el tiempo de leer lo que lee cada quien. El señor del periódico está asustadísimo leyendo sobre el conflicto en Siria. Le dice a su vecino de asiento que no entiende porque la gente se mata en todos lados.
La muchacha que lee lleva "El Secreto", y hace pequeños puntos con una pluma roja en alguna que otra frase. 
El otro señor va leyendo un libro que no logro identificar, pero si leo el capítulo: "Como mejorar su actitud". 
Entonces pienso, ¿por qué el salvadoreño lee eso? 
Pienso en lo que deberíamos, lo que necesitamos, lo que tenemos, y lo que queremos leer. Son todas cosas distintas. A veces creo que como parte de nuestra naturaleza nos toca leer libros de superación personal, porque hemos vivido demasiado tiempo enredados en el victimismo. Ensimismados en una sociedad que se hunde día a día. Y los que no se quieren hundir hacen lo que sea por escapar, hasta disfrazarse de élite intelectual. Porque tienen miedo.
Siento que estamos obligados a leer los mismos libros. Los que poco nos van a dejar. Y no, ya no basta simplemente leer en el bus. Importa mucho qué leés. 
Pero los problemas son cíclicos. Vuelvo a pensar que no hay esperanzas. Siento el libro pesándome mucho en el maletín, junto a mi almuerzo. Cierro los ojos, duermo. Quizás sueñe con la libertad, la esperanza, con el fin. Lo que pase primero. 

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