martes, 24 de julio de 2012

Cuando me enamoré de Jodie Foster

Mi primer amor lo tuve a los 9 años. Fue un primer amor fílmico, como debe ser. Porque no hay nada más real que el cine ni más bello que su ficción.
Ya había visto a esa edad a los compañeros de primer grado, cuando teníamos 7 años, hablar sobre lo linda que era una niña del salón. A mí no me parecía nada del otro mundo.
Lo que me enamoró quizás fueron sus ojos. O quizás no, quizás fue su presencia. Era débil, dulce, suave, pero tenía carácter y decisión. Era una más de esas bellas contradicciones que parecen mover al mundo. 


Hacía solo unos meses que la habían estrenado en el cine. Mi papá hablaba de lo buena que estaba la película, aunque rara vez hablaba de cine. Como la película era para mayores de 18 años, debí conformarme con ver los pósters en el periódico. Era bella. Bellísima.
Años después me obsesioné por ver cada película que protagonizaba. Me fui en varios chascos con películas que apenas llegaban a regulares, pero que se ponían interesantes cada vez que ella aparecía en escena.
Yo sé, siempre supe que ella era lesbiana y tenía una pareja y era feliz. Pero nunca dejé de amarla.
Recuerdo cuando la descubrí en Contacto. Era 1999. La vi un par de años luego de su estreno. Estaba en la película perfecta. Yo estaba obsesionado con las historias de ovnis. Le había vendido mi alma a Carl Sagan, y aún amaba a Jodie Foster. 


Pasaron algunos años más. Ya con 20 años vi por primera vez, ya en forma tardía, Taxi Driver. Me obsesioné de nuevo por la tristeza infinita de un personaje. Me suele pasar. La tristeza es un imán para mí.
Pero la tristeza que embargaba la soledad y el vacío en la vida de Travis Bickle era apenas la mitad de intensa que el amor que en mi niñez sentí por Jodie Foster. La vi ser cualquier personaje. Y aún hoy la veo y recuerdo cuando alguna mujer que amé, que han sido muy escasas (2), ha tenido algún parecido al menos y descubrible con Jodie Foster. 


Luego, ese mismo 1992 en que descubrí a Jodie Foster, conocí a Helen Sigüenza y a sus enormes ojos azules. Supe entonces lo que significaba enamorarse en el mundo real. Y se sentía muy parecido a la bella ficción del cine.

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