sábado, 2 de mayo de 2009

Asceta

Me senté en la nieve y la derretí.
Mi corazón latió un par de veces por hora.

Cerré los ojos y conté hasta cien.
Caminé con los ojos cerrados por la montaña escarpada.
Mis pies cambiaron de color.
A unos pasos me seguía un lobo.
El lobo hablaba.
-Corré, es el momento, decía.
Abrí los ojos, volví mi vista hacia él.
Era mi padre.
Se desvaneció con una mirada triste.
Es el momento, me dije.
Y sudando helado, como una tormenta perenne,
aún con la garganta cansada de tanto orar,
y el corazón cansado de latir,
desperté.

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