Disfrazarse podría pasar por arte. Sobre todo ahora que cualquier cosa es arte.
No me gusta disfrazarme. Sé que la gente se divierte, y en fin, llegué a la conclusión que si debía hacerlo, me disfrazaría de algo fácil y que no comprometiera mi imagen de amargado.
Mi primera opción dados los lentes y el pelo despeinado, la cara de andar siempre pensando que un mago malvado mató a mis papás, pensé en ser Harry Potter. Era demasiado trillado y tonto puesto que estoy por pasar a la tercera década.
La segunda opción, y que aún estoy pensando, fue llegar como Sigmund Freud. Me daba la libertad de simplemente ponerme un traje formal, un habano y los lentes, y con eso andar cuestionando a la gente y sus vidas. Estoy por descartarlo porque debería llevar barba.
La última opción es llegar como Quentin Tarantino en "Reservoir Dogs", acercarme a cada mesa y contarles sobre que trata Like a Virgin. Es el que más estoy pensando.
Siempre decidiendo eso, me puse a pensar que realmente todos usamos un disfraz. La diferencia es ante quien nos disfrazamos y de qué nos disfrazamos.
A veces nos disfrazamos de personas con conciencia. Somos como esa extraña raza que todos llaman "políticos". Creemos que tenemos la razón y tratamos por todos los medios de hacerlo saber y de pasar sobre los que piensan distinto.
Otras veces creemos que somos buenas personas. Nos damos golpes de pecho y pregonamos que leemos la biblia o el libro sagrado de su preferencia, y es como si leyéramos el periódico. Somos parodias de creyentes religiosos. Asumimos que con leer la biblia o cumplir un par de mandamientos bastará. Y nos volvemos mentirosos, hacemos que corran rumores, nos importa más lo propio que lo de los demás.
Y aún hay otras ocasiones en que decimos a los cuatro vientos que somos personas buenas, y no perdemos la primera oportunidad para contradecirnos.
Usamos máscaras para todo. Ante todos.
Usamos una máscara ante nuestros amigos para que sepan solo lo que es necesario que sepan de nosotros.
Nos disfrazamos de hijos confiables con nuestros padres.
Nos ponemos nuestro mejor traje de estudiante cuando vamos a la escuela, a la universidad, etc. Lo más importante es que la imagen sea creible. La IMAGEN.
Vamos a buscar trabajo, y luego cuando lo obtenemos, vamos al trabajo con esa imagen de personas decentes. Porque NADIE necesita saber la persona que realmente somos. Y todavía tenemos el descaro de decir que somos realmente como proyectamos. Si eso fuera cierto no existirían los secretos. Y todos los tenemos.
Y no queda nada. Nos llevamos la honestidad a la tumba. Lo que queda es lo que la gente pensó que eramos.
Y los disfraces simplemente se van cambiando.
Ya no sé qué seré mañana.