En una colonia sobre una colina que se quedó corta.
Subís en un microbús y te importa un carajo lo que ves. Vas a lo que vas. Vas a hacer tu trabajo.
Un viejo, aparentemente de unos 80 años, camina apoyado de un bastón, cuando llegamos al lugar del trabajo.
Termino mi trabajo en 40 minutos.
Espero al microbús, a unos 100 metros de bajar. El viejo no ha terminado de bajar.
Lo veo y no puedo evitar empatizar con él. Voy y lo ayudo a dar unos pasos. Me dice que quiere descansar, que debe ir a una colonia que está, según lo que sé, a unos 15 minutos en carro.
Coversamos.
Luego de 10 minutos es un viejito de 85 años llorando. Dice que vive con su sobrino, que en casa le dan únicamente agua para bañarse y cada día debe buscar algo que comer. Dice que sobrevive de lo que le dan sus vecinos. Su ropa está sucia, incluso con sangre. Dice que él mismo la lava.
Dice que su rodilla ya no le permite caminar.
Dice que la casa donde vive, le pertenecía a su hermano y a él, pero que la registraron a favor del hermano para hacerlo más fácil. Recuerda con lágrimas en los ojos, que el mismo año murió su esposa, murió su hermano y quedó solo. El sobrino le dice que es una carga, que no lo necesita.
Llora y no puedo hacer nada.
Lo subo al microbús del trabajo y lo acercamos a su lugar de destino. Se baja con dificultad. Me ve con esos ojos casi de vidrio y sonríe levemente. A esa edad ya a todos se nos van acabando las sonrisas.
Me veo.
Me doy pena. Quizás sea lo que le depara el tiempo a la gente como yo.