Lo habían llevado a casa como un regalo por el cumpleaños de la hermana mayor. Era de esos regalos que no vendían en cualquier parte. Difícil de encontrar y muy, pero muy demandante de cuidados.
Dicen que los comenzaron a vender como una respuesta a las necesidades del nuevo siglo.
Nadie sabe a quien se le ocurrió la brillante idea de venderlos. Eran la mascota más extraña que se había visto en muchísimo tiempo. Incluso había gente protestando por la forma en que se vendían en las calles. Hasta que, claro, las grandes empresas tomaron el control y comenzaron a cercar el mercado y "ayudaron" a crear regulaciones más claras sobre la venta de la nueva sensación en mascotas.
Los comerciales los mostraban ahí creciendo poco a poco, hasta que te veías en la necesidad de tapar el agujero de la respiración y comprar uno nuevo. Así eran los de la primera generación, los que fueron creados sin la participación de las empresas más grandes del mundo. Luego los fueron perfeccionando y hubo quienes los conservaban por algunos años gracias a la bondad de la falta de crecimiento. Una vez más, la adaptación se sometía a prueba. A límites insospechados.
Los primeros días eran los peores. Había que estar pendiente de activar el mecanismo por el cual entraba en la botella el tubo con nutrientes suficientes para mantenerlo por unas horas. Recordaba un poco lo que hace unos 100 años había sido el "tamagotchi". Mascotas virtuales que dependían absolutamente de uno. Ahora, las empresas habían eliminado lo virtual del asunto. Con las nuevas regulaciones sobre genética, crear pequeños seres humanos y dejarlos embotellados hasta que crecieran dentro de la botella era tan sencillo como atrapar grillos.
Los miniseres, como le gustaba llamarlos a la gente en este hemisferio, no requerían mucho más que un tubo de alimentación, uno que se utilizaba para el aseo diario, tanto como baño como para succionar los desperdicios corporales, que era uno de los elementos que aún faltaba por perfeccionar en el pequeño ser.
Pronto, las asociaciones civiles protestaron, no por considerar que los miniseres tenían derechos, sino porque creían que eran una estafa para el comprador de buena fe, puesto que no duraban mucho tiempo sin los cuidados necesarios.
Los gobiernos decidieron retirarlos del mercado. Fue el primer paso para crear el mercado negro de miniseres. Los creaban para el consumo prohibido de gente adinerada que le encantaba coleccionarlos. Los creaban a solicitud de sus futuros dueños. Se decía que los ricos habían llegado a crear colecciones de miles, solo para verlos morir uno por uno y reemplazarlos con otros iguales.
Los miniseres jamás desaparecerían porque siempre habría gente necesitando más y más gente para divertirse. Para divertirse viéndolos morir de hambre detrás del vidrio. Para hacerlos sufrir a voluntad. Para negarse a escucharlos. Para quebrar el vidrio. Pocas veces se supo de alguno que logró desarrollar el habla. Los miniseres no tenían memoria o conciencia de más de lo que vivían. En las noticias, el día que los sacaron del mercado, apareció un video del pequeño miniser que rompió el vidrio y gritó "papá" antes de morir de inanición.
El mundo seguía siendo un nido de malas intenciones. El mundo seguía teniendo a los miniseres. Ahora ya no estaban a la vista. Y muchos eran miniseres. Y no lo sabían.