"Pequeña gota de lluvia, y yo que creí que eras eterna."
Hay personas que son felices con un gato. El gato va como una compañía silenciosa pero latente. Yo nunca pude tener un gato. Al parecer soy alérgico desde niño a los gatos. Tampoco quise tener jamás un perro. Pero lo tuve.
Cuando la trajeron hace 11 años pasaba por una pequeña pelotita recubierta de pelos rojos. Nunca se me ha dado la creatividad para eso de nombrar animales, así que por su extraña apariencia de orejas largas y paradas todo el tiempo, y esos grandes ojos, no se me ocurrió más que llamarla "loba".
Así andaba la loba con nombre de perro del triple de su tamaño. Hay que aclarar que la loba medía menos de 30 cms de altura y casi 75 cms de largo. Era uno de esos extraños casos en que el perro parece otro animal. Ella parecía un zorro. Hasta era entre roja, café y naranja. Y yo sé, uno no debe ser tan sentimental por un perro. Sé que pasan muchas cosas más importantes. Sé que la gente duele, que muchas cosas duelen.
Pero no puedo dejar de sentirme vacío cuando se va alguien que me quiso muchísimo más que mucha gente que si me lo podía decir.
Ahora no sé como explicar eso que se va como acumulando entre las palabras y los hechos. Es esa circunstancia inexplicable en la que algo no volverá a estar nunca y es inevitable sentir su escandalosa ausencia.
¿Cómo explicar esa ausencia en la alfombra de mi cuarto cada vez que me vaya a dormir de hoy en adelante?
En la casa ya no se necesitará caminar con cuidado para evitar patearla. Ya no será necesario sacudirme sus pelos rojos de mis camisas. Ya no estará echada junto a mí cada vez que escribía en el blog, como ahora.
Ya no me verá con esos inmensos ojos cada vez que yo estaba triste y parecía acompañarme. Ya no tendré que reservar los martes para bañarla exhaustivamente hasta dejarla lo más limpia posible.
Me imagino que a veces voy a sentir como siempre que su cola se menea golpeando la puerta de mi cuarto para dejarla entrar. Supongo que a veces es más fácil hacerse el fuerte y pensar que solo es un perro, que todos vamos a morir, que sus once años fueron suficientes, pero no puedo pensar así. Ahora me duele.
Ahora es como ese momento en que se comienza a aceptar la ausencia, se comienza a aceptar el vacío.
No es cierto que solo era un perro. Era un pedacito de alegría por cada día que llegaba triste a casa.
Quizás soy muy cobarde por sentirme tan triste.
Todo se va. Hasta vos te vas.
* El epígrafe es un verso de Johanna Raabe que también le escribió a su mascota fallecida.