En estos tiempos, la gente muere y se vuelve así un muerto perfecto. No tenía enemigos, les ayudaba a las viejitas a cruzar las calles, era tan bueno con todo el mundo.Quería salvar las especies en peligro de extinción. Era un ángel pues.
¿En fin, uno ama a los muertos perdonando lo que sea, no?
Para no ser-tan-hipócritas, deberíamos mencionar lo bueno y lo malo del muerto en cuestión. Aunque usted no lo crea, hacer balances es bueno, aunque lo tilden de ambiguo, medias tintas, etc. Sin embargo, hay casos atípicos...
Lo vi por primera vez en el 92. Tenía entonces 9 años y aunque usted no lo crea, le tenía miedo.
Supongo que le tenía miedo por las películas y porque en ocasiones me habían contado toda suerte de cuentos extraños. No pude nunca ir a su programa y tuve que conformarme con visitar al Tío Memo y su pandilla. Shame on me.
Pero lo vi muchas veces en la televisión, y lo seguí viendo hasta que solo era un personaje de relleno-innecesario si se toma en cuenta que ahí está el "Hada Chiflis"-cuando pasó el programa a su nueva etapa.
Lo cierto es que verlo en vivo y sin pintura era un espectáculo extraño.
Cuando el terremoto de 1986 se conjugó con la ofensiva "Hasta el Tope" de 1989, el edificio donde solía vivir quedó más agujereado que los famosos quesos que quién sabe quién se llevó.
A mi papá le ofrecieron pagarle una casa, por el seguro del apartamento genial y espacioso en que vivíamos. Mi papá tomó la brillante decisión de tomar, en lugar de ello, un apartamento en la famosa zona de la Zacamil conocida como la "Super Manzana". Ajá. Edif 95, Apt 24.
De repente me vi, viviendo en el apartamento contiguo al de Alfredo Carcamo... Prontito.
Mi sorpresa al verlo sin maquillaje, fue mayúscula, pero fue peor aún cuando llegó el vecino de arriba, Pizarrín. Pronto(No es chiste por lo del payaso) me hice amigo de los hijos de Alfredo Carcamo, con quienes pasaba tardes enteras, desahogando gracias al Nintendo, ese pesar extraño que comenzaba a sentir porque la niña que me gustaba del colegio no se dejaba que la besara.
Pasó un año y medio, con su navidad y mi cumpleaños incluído. Nunca he celebrado con mucha alegría y pompa mi cumpleaños. Pero ese año, jugué como loco. Y el hijo menor de don Alfredo, quien para su suerte se llamaba igual, se ponía una naríz roja y me decía: "Me llamo Fredy Carcamo Prontito Junior". Seguro ahora trabajará de alguna otra cosa. La gente avanza. Yo no soy gente.
Pero bien.
Un tiempo después, llegó.
Se reunieron a conversar donde don Alfredo. Y ahí estaba. Chirajito sin pintura. Fue lo má extraño del mundo verlos, los personajes que llevaban alegría, sin maquillaje. Serios, diciendo palabras altisonantes, tratandose como ahora usted trata a sus amigos, y ofreciendose cariñosos apodos.
Luego, al año siguiente me fui de ahí.
No volví a saber de Prontito más que por el programa. Hasta que un buen día, o malo si usted dice, la noticia decía que había muerto. Y me quedé con el clásico sentimiento de "Yo lo conocí, y ahora está muerto. :(".
Con el tiempo, conocí a un amigo que clamaba haber conocido a Tío Periquito, su profesor de Música, un señor sumamente enojado. De pronto murió y todo el mundo lo amaba.
En Junio del año pasado, unos días antes de mi cumpleaños, iba al trabajo en una 44. En Metrocentro subió un señor con una gran maleta, pantalón azul, camisa blanca. Se sentó a la par mía. Yo leía mi copia del Principito en francés, para medio mejorar mi comprensión, no del libro, sino del idioma. El leía el diario de hoy.
Lo reconocí y lo vi con incredulidad.
Se fijó y pareció muy serio ese día.
Se bajó en la terminal de Occidente. Caminó y llevaba a cuestas la pesada maleta.
Me quedé preguntando hacia dónde podía ir.
Llegué al trabajo y comencé a tratar a todos de "marachitos". Le cambié a mi jefe el usuario y contraseña de correo electrónico. Durante meses, antes que renunciara, el usuario era Marachito y la contraseña Guacata.
Sin quererlo me hizo reír.
Unas semanas después, el Septimo Sentido publicó un reportaje sobre lo que Chirajito hacía por los niños de la calle. Le tomé simpatía.
De repente por todos lados se oía el Guacata, con sus múltiples variaciones, que Suácata, que Guacatta, que Wakata, etc.
Y al fin, murió.
Y ahora todos lo extrañamos, lo queremos como si lo hubiesemos conocido, como si lo hubiesemos acompañado alguna vez, como si alguna vez nos hubiese ayudado a ganar a los Guiños y Muecas, o a "Pasará, pasará, ¿Qué pin caerá?", con su mítica canción. Pero sobre todo, como si alguna vez hubiese puesto en nuestras manos una pelota plástica, una bolsipremio de consuelo y nos hubiese dicho: "¿Ya se va papito? Salú pues"
Y sí, tal vez muera y le caiga bien a alguna persona. :)